lunes, 17 de septiembre de 2012

Las cicatrices de Budapest


Algo me ha pasado en mi primera visita a Hungría, algo que no fui capaz de identificar hasta que pasé por la Gran Sinagoga de Budapest, la más grande de Europa  y la segunda más grande del mundo, que puede acoger a 6.000 personas en su interior. El asunto es que al pasar por su puerta, se me hizo un nudo en el estómago y toda la historia de esa ciudad me calló encima como un mazo, en ese instante fui consciente por todo lo que ha pasado ese país, al dolor que han tenido sufrir, a los años de dictaduras, de exterminios y de terror. Al ver la Sinagoga pensé en esos más de 600.000 judíos húngaros que fueron exterminados en campos de concentración y que nunca más volverían a ver, a orar dentro de la Gran Sinagoga, ni a ver sus altas  torres octogonales.

Una guerra que terminó hace  67 años fue capaz de hacer parar el tiempo y dejar una ciudad en un limbo, aún se pueden ver las huellas de la II Guerra Mundial en sus fachadas y los restos de la Revolución Húngara del 56. Sobrecogedora por momentos, decadente en muchos sentidos, Budapest resulta conmovedora por instantes, agónica y bohemia.

En la mirada de los ancianos puedes ver tristeza, siempre pensativos, como inmersos en sus propios recuerdos, como si no pudiesen dejar atrás las atrocidades del pasado.

Budapest está llena de cicatrices, cicatrices provocadas por el ser humano, los restos de metralla de sus fachadas y cicatrices naturales como el Danubio que allí ya no es azul (supongo que desde un pasado muy lejano) sino color gris marengo. 

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