domingo, 23 de septiembre de 2012

Yo no sabía de la existencia de las glándulas anales de mi perra hasta el viernes


Atiende Mari, que susto la noche del viernes. Noa, mi perra, se puso a sangrar del culete, pero no del ano propiamente dicho, sino de uno de los “cachetes perrunos”. Y después de la semanita que ha llevado el susto que nos dio fue doble.

Había empezado la semana coja, resulta que un tendón de su pata trasera derecha se le sale del canal de la rotula (bueno puede que no me explique muy bien, no soy veterinario, pero por lo menos la idea ya la tenéis) así que el martes tocó visita al veterinario y el miércoles revisión para ver si seguía coja. Y cuando nadie se esperaba que ninguna tragedia perruna más ocurriese por lo menos hasta dentro de un año, va el viernes y se pone a sangrar del lugar más insospechado. Así que tocó llamar, a eso de casi la media noche, al veterinario, para que nos diese cita de urgencia, una vez explicada la jugada, la vete nos dijo que no debíamos preocuparnos, que no era grave y que podíamos esperar hasta la mañana para llevarla a consulta. ¡Sorpresa! resulta que la perra tenía una fístula por la infección de una de sus glándulas anales. ¿A qué no sabíais que los perros tienen glándulas anales? Pues ahora ya estáis informados y los gatos también, para que luego digáis que no os cuento cosas bonitas, ni prácticas, ni útiles…

Así que a la mañana toco una nueva visita a la clínica veterinaria, donde le desinfectó la herida y le pusieron un tratamiento, está vez para prevenir que se le infectase la herida. El tratamiento parece simple, consiste en darle cada 12 horas unos antibióticos y curarle la herida con una crema, pero la parte aterradora viene cuando te dicen que la crema se la tienes que meter dentro de la herida, o sea dentro de ese agujero nuevo que le ha salido en su culete tan gracioso y canino que él era…

Al final se ha quedado todo en un susto y en una lucha diaria con la perra para que se tome las pastillas (ya no vale eso de engañarla metiendo la medicina dentro de un trozo de queso, que sí, el queso se lo come pero la pastilla la deja en el suelo), así que toca pelear 2 veces al día con una perra que a penas pesa 4 kilos, pero que saca la fuerza de un luchador de sumo con tal de no tomarse la dichosa pastilla.

A partir de ahora todo el mundo a mirar el culo de su perro. 

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